Idiomas

¿Por qué oBscuro?

Su origen es del latin obscūrus, su significado es "lo que carece de luz". La RAE la considera sinónimo de "oscuro", y recomienda usar la forma más simple, entre ellas dos.
Pero la obscuridad humana, lleva una B en el medio. Es compleja, innecesaria, desmedidamente bella, suburbio de lo social. Y es momento de mostrarlo, crudo... así como vino al mundo.

sábado, 28 de marzo de 2020

Diario de una Cuarentena - Día 16

Cuarentena - Día 16

Finalmente, nos llegó el emoticón del barbijo. La encontró Samuel cuando iba a pasear al perro. Así como tomó la nota del piso la hizo un bollo y la tiró en el piso del ascensor. Es de hacer esas cosas. Se caga en todo. Samuel y su firma rayada con llave en la puerta del ascensor; Samuel y su bolsa de basura que gotea un verde y maloliente líquido; Samuel y los arañazos en la puerta de su perro; Samuel y los gritos que pega cada vez que juega Boca, gane, empate o pierda... Samuel, Samuel, Samuel. Samuel no debe haber tenido una infancia feliz, porque lo único que quiere hacer siempre es llamar la atención.

Por suerte, la hija mayor de Marilú, Sonia, levantó el emoticón del piso. Fue a pegarlo en el altar que le hicieron en la puerta a Carlos. Sí, un altar. Al principio con velas, después las sacaron porque Dora les dijo que pueden iniciar un incendio en el edificio y con el caos que hay en la ciudad no van a poder venir los bombone bomberos a tiempo.

En mi rutina de ejercicio, esa la de bajar y subir las escaleras de todo el edificio, encontré el emoticón. Me quedé parada como diez minutos delante de las fotos, dibujos y flores, pensando en todas las cosas que encontrarlo significaba. ¿Estábamos en un barrio pobre? ¿Desde cuándo? José Luis, me tocó el hombro y me hizo salir de un salto de mis pensamientos. "¿Le estás rezando?". Y me reí como hace días que no me reía. A carcajada limpia. En su cara. Él sí le reza, porque siente culpa. Gracias a él, Carlos está en alguna fosa común, carbonizado.

Despegué el emoticón y le toqué el timbre a Marilú. "¿Vas a querer mercadería?" De fondo se escuchó una tos ronca, de niña. Sí, la más chiquita había caído. Fiebre alta, tos de perro y ninguna vacuna, ningún remedio.

Marilú me cambió de tema diciendo que la preocupación máxima es esterilizar el edificio. La escasez de alcohol, el único desinfectante eficiente para este tipo de virus, nos ha tocado a todos. En la tv siguen sosteniendo la cuarentena y a quienes salen, se los llevan. No sabemos bien a dónde. Hay camionetas de la policía y del ejército rondando para detener a quien no vaya a hacer alguna compra básica. Muchos disimulan su caminata con una bolsa de compras bajo el brazo, pero los siguen hasta el lugar de destino y de no ser cierto su relato, los suben. Hay cinco policías en cada supermercado para controlar la entrada y salida. Y la verdad es que casi nadie va a comprar muchas cosas porque corrés el riesgo de que te roben cuando volvés, como le pasó a Dominguez, el del 5° B, los del reggaetón.

Decidimos juntar todo el alcohol que teníamos en nuestras casas, en el pasillo del último piso, donde vive Dora. Fuimos todos los vecinos, somos sólo diez. El resto está atravesando esta dura enfermedad o ya murieron, como Carlos y Marta, la del 3° A.

Abigaíl, la esposa de José Luis apareció con el ojo amoratado. Y José se la llevó de un brazo, a los empujones. Todos nos quedamos callados hasta que escuchamos el portazo y Samuel dijo que deberíamos quemarlo. ¿Es que todos se volvieron piromaníacos últimamente? Juntamos botellas a lo pavote pero entre ellas no había ninguna de alcohol etílico. Sólo whiskys baratos, vodkas, un licor de huevo rancio, y cervezas... que no nos servían para desinfectar el edificio.

Para sorpresa de todos, luego de guardar el arsenal en la terraza de Dora, fuimos a la casa de Carlos. Fue todo tan turbio que no recuerdo bien si rezamos o sólo dijimos unas palabras para recordarlo. Después, con los mismos guantes floreados que Amalia me había regalado, abrí la puerta sin dificultad. Samuel se puso un ambo marrón, que era del marido de Dora, y entró con una caja de fósforos. Como si fuera un hada maldita fue tirando fósforos encendidos a su paso. Todos miramos cómo ardía la casa y los recuerdos. Marilú lloraba y yo estaba segura de que pensaba en su hija, en su tos y en su casa. Cada uno de nosotros imaginó sus pertenencias prendidas fuego.

Cuando todo hubo ardido Dominguez y Gimena trajeron los matafuegos de PB y extinguieron el fuego. Todo quedó hecho cenizas, hasta el altar que había preparado Marilú en familia, con tanto esfuerzo.

Nadie puso una cinta blanca hasta ahora, salvo nosotros. Mi papá, cuando se enteró de lo del emoticón, la puso sin preguntarnos. A la noche, cuando terminábamos de comer dijo: "vas a salir temprano, a la tarde y a la noche para ver si encontrás el mapa.". Y yo asentí en silencio. No tenía nada más para agregar. Necesitábamos comer, y alcohol.

***

Para leer el capitulo anterior, hacé click acá:
https://desdelomasobscuro.blogspot.com/2020/03/cuarentena-dia-12.html

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domingo, 22 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena - Día 6

Cuarentena - Día 6

Todavía me siguen doliendo las piernas. Se viralizó un video de una mujer de mi edad, mas o menos, que está con el virus. Dice que el dolor de piernas, la tos, el resfriado es común. También dice que ella tuvo fiebre, yo no. Por las dudas, me cuido de no contagiar acá en casa.

Lo fundamental es no estar sin hacer nada. Me puse a hacer un video para conscientizar a la gente para que compren de a un artículo por vez. Hay un hashtag que es #NOALDESABASTECIMIENTO. Vi en el noticiero que los vecinos de una cuadra, se organizaron y salieron a buscar los recursos que necesitaban. Se iban turnando para no salir todos juntos. Pero en Brasil, varias personas armaron lo que se llaman "os blocos" son grupos de 4 a 8 personas que van arriba de un camión y frenan en los supermercados para entrar a la fuerza y sacar lo que necesitan. El líder de uno de estos grupos, habló en la tv y dijo que representan a 3 cuadras de familias que no pueden trabajar por esta situación, no tienen dinero para comprar lo esencial y no están dispuestos a esperar cómo los de arriba llenan y rebalsan sus heladeras, mientras ellos se quedan sin nada.

Todavía sigo sin barbijo, pero me ato un pañuelo. Me hace sentir una rebelde. Cada vez que salgo, les digo: Si no vuelvo, lo amo. Y cierro la puerta. Y Mateo se queda mirando con lágrimas en los ojos. El otro día, cuando volví, me abrazó y me dijo: "sos mi héroe, má".

Claudia me volvió a llamar. Hicimos video-llamada con Luz e Inés. Las cuatro que hacíamos yoga. El consejo de Inés de meditar y tirar luz al universo, es lógica. Vive hace años sin tv y en una casa en las afueras de Ezeiza, con un patio espectacular que parece un parque. Pero Claudia vive en un dos ambientes, sin balcón. Luz tiene cuatro hijos encerrados en su departamento de cuatro ambientes. Y yo... tengo balcón (con rejas), pero no me puedo quejar. Desde el universo, hasta una posible arma biológica, el origen del virus fue el hit de la conversación, hasta que se unió el marido de Luz. Él siempre nos frena cuando divagamos. Después de saludarnos, empezó a hablar de la tarea de los nenes, a pedir que Luz se ponga a hacer la comida, que tenía hambre. Pobre Luz. Claudia siempre le pregunta cuándo se va a separar y Luz se enoja. Inés se ríe,igual que yo. Es su mantra, siempre hablan de lo mismo e invariablemente termina con Luz enojada.

A la noche, con mi hijo y mis padres jugamos a inventar palabras. MUNOJADO, muy enojado; PARATOIA, paranoico con todas las cosas; MANEZA, limpieza de manos. Y así. Ya tenemos un lenguaje propio. Me da miedo que el encierro nos vuelva un poco locos.

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Para leer el capitulo anterior, hacé click acá:
https://desdelomasobscuro.blogspot.com/2020/03/diario-de-una-cuarentena-dia-5.html

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Diario de una cuarentena - Día 5

Cuarentena - Día 5

Uno de los factores más peligrosos del encierro es la ansiedad que genera no gastar energía. En general, en este mundo lleno de estímulos constantes, el ejercicio físico te saca un poco de la adrenalina. Es por eso que hoy subí por las escaleras a la terraza. Después bajé hasta la planta baja. Volví a subir hasta la terraza. Bajé hasta casa. Cuando llegué puse un video de ejercicios y empecé a entrenar. Le puse tanta energía que me dolieron las piernas todo el día. Y no me quiero imaginar lo que me van a doler mañana.

La música de los vecinos me está volviendo loca. Creo que son los del sexto piso. Pusieron reaggaetón mezclado con cumbia, con electrónica y mi cabeza no para de latir. Creo que en cualquier momento me estalla. En ese momento, en el más oportuno, llama el padre de Mateo para saber cómo está. Justo cuando mi cabeza estalla, los vecinos están de fiesta, mi hijo está gritando porque quiere salir a la plaza y mis padres están peleando sobre dónde apoyar la pava, cuando van a tomar un mate de la tarde.

Estamos bien, ¿vos? Con tos. Sï. No, se está lavando los dientes todos los días. No, no se baña todos los días. ¡Pero día por medio está bien! No hay problema, en serio. ¿Cuándo? ¿Cuándo te llamó Amalia para decir que nos vio? ¡Imposible! Hace una semana que no salimos de casa. ¿Y a mí qué me importa que Amalia diga eso? Está bien. Y sí, seguro que se equivocó. No. No. Lo mejor es que no vengas. ¡No! Menos que menos que Mateo vaya para allá.

Hace un año que nos separamos y seguimos sin poder hablarnos bien. Es como si a los dos nos hubiera quedado atragantado una espina de pescado en el medio del esófago. Hay que tragarla. Pero preferimos intentar vomitarla, aunque salga bilis infinita.

Le paso con Mateo y hablan dos segundos. Literalmente. Son dos segundos. El nene dice: sí, sí, si. Le digo de fondo: preguntale cómo está él. Y tapa el teléfono y me dice: está bien.

A todo esto, volví a salir. Pero esta vez, con documento porque ya escuchamos que estamos en cuarentena general. Es un aislamiento forzado. Se puede salir a comprar lo imprescindible. Nada más. Voy al chino y me acuerdo de Amalia. La maldigo. Vieja chota que no tiene nada más que hacer que inventarse chismes. Vive en otro barrio y sin embargo jura y perjura que nos vio.

Amalia es, era mi suegra. No podría decir que fue la culpable de mi separación, pero casi. Cuando llegaba con Mateo después de todo el día, ella ya estaba en casa (había entrado con sus llaves, sin avisar). Nos había preparado la cena. Pero cuando arribaba Marco, rezongaba diciendo que yo no hacía nada y que la usaba de mucama. Dobla cara, la muy turra. Y nunca, nunca hay que ponerse en contra de la madre de nadie.

¿Cómo estará Amalia ahora? ¿Habrá conseguido alcohol en gel? En el chino, somos cinco. No se puede entrar de a más personas. Las góndolas de la limpieza están llenas, pero de cosas que nadie necesita, como virulanas, esponjas, papel de filtro, esmaltes, crema enjuague. Todos los artículos que comprás cada dos meses. En este momento... el alcohol es un bien muy preciado. Y los que consiguen, lo esconden. Compran de a diez, dándole plata por debajo del mostrador a la cajera (porque sólo se pueden llevar de a 3).

Cuando vuelvo, subo por la escalera. Carlos, el vecino, ya no sale (por suerte). Los de enfrente le dejan la bolsa en la puerta y él sólo saca la mano para agarrarla y dejarles la plata sobre la alfombra. Ellos desinfectan los billetes con lavandina diluída en agua y después lo retiran. Pero ya escuché a la más chiquita toser por los pasillos, taparse con la mano y agarrar la baranda.

Nota mental: no tengo que volver a ejercitarme en la escalera.

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Para leer el capitulo anterior, hacé click acá:
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Diario de una cuarentena - Dïa 4

Cuarentena - Día 4

Es una locura. Ayer salimos a aplaudir en los balcones a todos los médicos y enfermeros. ¿Y a los chicos de la basura? ¿Y los que trabajan en los supermercados? ¿Los colectiveros? ¡Los del diario! Es increíble que nos olvidemos de tantos y, a la vez, necesitemos el reconocimiento de los demás.

Hoy amanezco con la voz de una gorda sinvergüenza que pone en duda si el virus sea real o no. El entrevistador le pregunta el motivo de su desconfianza y ella, muy oronda, responde: no hay tantos muertos como decían que iba a haber. ¿Estamos esperando que muera gente? ¿Esa es nuestra esperanza? Si no muere la cantidad suficiente, ¿quiere decir que nos encerramos al pedo? Yo no sé qué pensar. Siempre me dio miedo la muerte. Y en las peores fantasías, podríamos imaginar que ahogarse es la forma más desesperante de morir.

En la televisión, literalmente, no hay otra cosa. Todos los noticieros, todos los programas, hablan de lo mismo: el virus que amenaza con apestarnos a todos. Si querés distraerte, alejate de la tv. Esa es la manera. Lee un libro, mirá una revista de antes de la pandemia, jugá algún jueguito en el celular, chateá, enviá memes; o, como último recurso, hablá con tu familia o seres concubinos.


Hoy me llamó Claudia. Ella está separada hace tres años. Tiene una vida social y sexual tan activa que, aunque me lleva cinco años, me hace sentir una vieja. Está preocupadísima. El italiano con el que salía hasta hace una semana le mandó un mensaje para hacer video-llamada y no sabe qué decirle. El otro chico que conocía hace una semana, que estuvieron juntos, que era un bombonazo, no responde los mensajes. Y ella se pregunta: ¿tendrá el coronavirus? ¿me habrá contagiado? Es entendible. Mucha saliva dando vueltas como para relajarse. Está haciéndose vapor, se compró alcanfor y lo lleva colgando como si fuera un amuleto.

Nuestra tos sigue constante y áspera. Todavía no tenemos fiebre ni ningún otro síntoma. Mis padres están perfectos. Creo que gozan de mejor salud que antes de la pandemia.

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Para leer el capitulo anterior, hacé click acá:
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jueves, 19 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena - Día 3

Cuarentena - Día 3

De fondo se escuchan los dibujitos. El rumor de la calle se apagó. La banda sonora es de ensueño. Desde este segundo piso, siempre se escuchó hasta el murmullo de los porteros de la cuadra, intercambios cotidianos de noticias novedosas que se olvidan al día siguiente.

El perro de enfrente no para de ladrar. Es la primera vez que estamos todo el día en casa. Nunca lo había escuchado. Ladra sin parar, minuto a minuto. No le tiembla la voz a las cinco de la tarde, se mantiene constante. Qué voluntad. Al principio pensábamos que ladraba porque estaba solo, pero definitivamente es verborrágico, nada más.

Hoy fue un día exquisitamente horrible. Ni bien me levanté, entré a mi bandeja de entrada. Ni un sólo mail. Eso significa ni un sólo pedido de trabajo, ni un sólo peso a fin de mes. Me lo esperaba, pero no de forma tan repentina. Los diseñadores deberían tener trabajo hasta en el apocalípsis. ¿Quién no quiere promocionar sus ideas cuando todos estamos por morir? Es el enaltecimiento del capitalismo y del ego.

De todos modos, la psicosis de mis padres no me da respiro. El acceso a internet voló todos sus sensatos pensamientos y dejó apenas los sentimientos de desazón y catástrofe que anidan en ellos desde su más tierna infancia. Es verdad que el pasado de infartos cardíacos de mi padre y la hipertensión de mi madre los ponen en mayor peligro frente a este virus que te promete una buena neumonía.

La escasez de alcohol y lavandina sigue siendo mi mayor preocupación. Estuve planeando una misión. Hice un mapa. Marqué con rojo nuestra casa y con verde las distintas farmacias o potables lugares en que pudieran llegar a vender estos productos. Salgo con suficiente plata como para comprar unos buenos potes. Siempre tengo la teoría de que hay que ir lejos, porque siempre hay tiempo de volver. Es como un hechizo que garantiza (en mi mente) más oportunidades. Es un pensamiento mágico, claro está.

Me camino las cinco cuadras que marcan el radio de la circunferencia que tracé en el mapa. Es un comercio de venta de insumos de higiene. La fila llega hasta la esquina contraria. Cada persona deja un metro de distancia con el otro porque así lo sugiere nuestra condición de posibles infectados. ¡Qué prometedor!

Fue así, como llegué (después de media hora) a la puerta y escuchamos a la vendedora decir que era el último frasco de alcohol en gel. No podría explicar la adrenalina y el "pogo" del que fui parte. Psicosis colectiva, es poco. Pero... fui parte. Me empujaban de atrás y de adelante. Todos gritábamos. Nos movíamos como una marea colectiva. Alzando las manos y gritando por nuestro derecho a desinfectar nuestras manos, mientras estábamos compartiendo nuestro sudor, gotas de salivas que brotaban de nuestros reclamos...

Una chica, que ya había perdido de vista, pedía auxilio. Pero la multitud tapaba sus gritos con más gritos. Logré escabullirme y volví a casa corriendo. Subí por las escaleras con las llaves en la mano y ni bien entré, me metí en la bañera. No quiero volver a salir. Ya me siento con tos. Tengo un ganglio inflamado. Y aún no conseguí alcohol en gel.

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miércoles, 18 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena - Día 2

Cuarentena - Día 2

Desde ya, lo más tedioso no fue la pelea con el macho alfa de la casa, sino contra los machos alfas de la sociedad. Es que llevarse de a ocho los alcoholes en gel, no es de boludo sino de una pelea para ver quién la tiene más larga. ¡La lavandina! ¿En serio? ¿Para qué usan la lavandina? ¿Cuánto te dura un litro de lavandina? ¿Sabrán que hay que diluirla en agua? Ojalá que se les manche toda la ropa y les quede batik hasta la mismísima alma.

Sí, fui al supermercado. Una semana atrás, te asombraban los precios desorbitantes que subían a pasos escalonados semana a semana. Ahora, no hay forma de mirar a otro lado. El problema definitivamente NO son los precios, son las góndolas vacías. No hay jabón, no hay alcohol (en todos sus formatos, con excepción de los bebibles), no hay papel higiénico ni azúcar. Las carnes empaquetadas que quedaban tenían un color oscuro que daba miedo y los fideos y el arroz que siempre tuvieron un pasillo exclusivo para ellos, se rebajaron hsta contar con una esquinita llena de marcas desconocidas que ofrecían dos o tres paquetes de cada producto.

Vuelvo a casa y mi hijo está metido en la tablet. Mi viejo me saluda con un pie. Hemos hecho un saludo nuevo para con los mayores de 60 dentro de la familia: choque de pies, de ambos lados. Afrancesados, diría yo.

Si bien en la calle la gente insiste en saludarse a la distancia o con el puño, me tira más el choque de codos. Me da una sensación de "pogo" que me atrapa. Es como brindar por todos los pogos que hicimos y (quizás) de los que no volvamos a gozar.

Desde la escuela envían la tarea para hacer en casa y son 18 hojas. Dos horas después envían cinco hojas más. ¿En serio vamos a tener que ponernos a dar clase en casa? ¿No nos resultaba demasiado depresivo tener que estar encerrados que además tenemos que lidiar con la lucha que es sentarse a poner a trabajar a una criatura que lo que necesita es salir a un parque pero que no puede porque (además) está lloviendo? Por cierto, mi hijo está con mocos, con tos, pero de muy buen humor. Tanto como para subirse a los sillones y saltar como si estuviera trepándose a un árbol en medio del living.

La información llega de forma desmedida. Cada vez que pregunto cuál es la fuente de esa información que llega por mensaje de texto, Fb o Wsp, hay una muestra de desdén desde el otro lado. Un silencio incómodo o una respuesta corta como diciendo "¿estás desconfiando de mí?".

Sí. Si ni en los medios de comunicación confío, entonces dame una buena razón por la que tengo que creer que ahora todos somos expertos en salud.

Hoy Carlos nos pasó una nota por debajo de la puerta. Era una hoja de cuaderno arrancada, doblada por la mitad. Con una caligrafía impecable había escrito: "Tengo el virus. Cuidado." A la tarde escuchamos que la vecina de enfrente, con sus dos hijos fueron hasta su puerta y le dejaron una nota pegada. Después escuchamos que reían y se abrazaban. Cuando subían las escaleras, una de las niñas tocó la puerta. Les abrí dejando la tranca y les pregunté qué necesitaban. Me contaron lo que ya sabía. Carlos, el vecino del 3° B, está enfermo. Se ofrecieron a hacerle las compras. Mi madre de fondo gritaba que, por favor, se las hagan a ella también. Pero intercedí para poder tener ese privilegio. Mi único contacto con el mundo exterior... no me lo van a quitar. No me lo van a quitar.

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martes, 17 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena

Cuarentena - Día 1

Me tiene podrida. Minuto uno de la cuarentena voluntaria a la que fuimos llamados y ya no aguanto más. La convivencia es difícil pero siendo mujer el nivel de avasallamiento al que hay que sobrevivir es mayor que el que te impone esta infección inminente del virus que arrasó con la Tierra en cuestión de días.

La semana pasada esta realidad era inimaginable. Y acá estamos. Mis padres, mi hijo y yo confinados en cuarentena voluntaria. Quiero aclarar que ninguno de nosotros está enfermo. Sí hay algunas toses propias del frío y la humedad del clima. Pero nadie con fiebre alta o algunos de los síntomas que tanto tememos.

Era de esperarse, sí, que estos azotes virales y epidémicos que invaden la otra parte del mundo en algún momento llegasen a nuestros lares, pero no con la velocidad que lo hizo.

Primero, confirmaron tres casos; luego, una muerte. Dos días después ya eran veinte. Y  una semana más tarde, cerraron las escuelas, los shoppings y lugares abiertos para que no haya tanta gente junta en un mismo lugar.

Escuché tantos chistes al respecto que no pude evitar reírme. Pero cuando la hermana de la tía de un amigo de mi compañera de trabajo se infectó y tuvieron que internarla con una neumonía sin precedentes, me dejé de reír y empecé a compartir noticias y mensajes de Wsp que concientizan.

El vecino, Carlos, llamó a la puerta este mediodía. Dijo que compró todos los alcoholes en gel que encontró en el supermercado de la vuelta y que los tiene en su casa. Dado que somos vecinos desde hace veinte años, nos ofreció uno con la condición de que no le digamos a nadie. Tiene miedo que alguien le entre a robar.

Le acepté la ofrenda y le di a cambio unos guantes de látex que me habían sobrado de la caja de tintura. Mi mamá dice que fue una inconsciencia. Quién sabe cuántos gérmenes puede llegar a tener ese regalo y el mismísimo Carlos, que ya está en edad de riesgo.

La mañana se me pasó volando. Ordené la casa, las camas, la ropa. Hice la comida y dividimos la tareas. Esa parte fue el desencadenante de lo que promete una pesadilla.

Los adultos de la casa hicimos una lista de los quehaceres. Obviamente, mi padre se atribuyó tres tareas simples como sacar la basura y llenar las botellas de agua; mientras que a mi madre y a mí, nos corresponden las nueve tareas restantes, entre ellas lavar, cocinar, lavar y lavar. Esta injusticia patriarcal fue defendida por mi padre al grito de "¡Querés una mucama!", aunque no tenga ningún sentido. Es verdad que le tocará lavar los platos, pero es una tarea muy amena en comparación a la carga de toda la casa. Por suerte, lo hablé con Mateo, mi hijo. Él se va a encargar de lavar la ropa y poner la mesa.

El primer día y ya anduvimos a los gritos, por culpa del patriarcado.¿Quién lo diría? Los enemigos se siguen sumando.

martes, 10 de marzo de 2020

Una hoja y este mundo inhumano



Sentado siempre con la barriga apoyada en una baldosa. Está caliente, y me lo transmite. Una sensación única, de calidez, reconfortándome. Hace sólo unas horas estaba soñando con tu contorneo, con tu patita suave recorriendo el inmenso cielo. 

Y ahora, acá tumbado. Con los ojos llenos de lagañas, todavía humedecidos del bostezo vespertino. Y la calle sigue andando como hace un momento. Nada cambió. El kioskero de la esquina. Es un lugar genial. De lejos, se ve a la gente desapareciendo del mundo errante con un billete o el puño lleno de monedas. Y sale con cara satisfecha, con ruido a caramelos en los ojos. Debe ser un buen tipo el kioskero. Qué pena que nos miremos tan poco. Un día de estos le voy a dar una visita, así de lejos, por lo menos.

¡Ay! Cada vez que me levanto me duele la cicatriz ésta. La vez que estaba descansando cerca de una rueda. Es una linda sensación. Saber que un objeto en pleno movimiento está ahora inmóvil bajo tuyo, como soporte de tus sueños. Y eso que sueño poco, pero si soñara menos... 

Y este sol tan hermoso, y estas hojas tan tranquilas. Deben ser sólo por la tranquilidad de tus movimientos. Esos que me vuelven tan loco.

Doy unos pasos, me acerco. Y una hoja con forma de escarabajo me mira titubeante bajo la sombra de un auto. Me mira y baila. Y bailan con ella los restos de sus hermanas destrozadas y azotadas por el viento. Despacito, me acerco. Despacito, la miro. Despacito, doy un paso, dos. Uno de nuevo. La toco sólo un poquito para acostumbrarme a su movimiento. Y me responde con un vai-vén único, lleno de baile de fuego.

No me gustan las hojas, ni los autos, ni la calle, ni el viento. Pero los acepto. Vivo con ellos. Convivo con ellos y, la verdad, no me molestan. Más bien me entretienen. Me cantan, me susurran los momentos. Son tiempos. Tiempos de sombra y de calor. 


Y camino un poco más allá y el viento se calla y me escucha lo que siento. Yo sigo despacito el movimiento de la hoja. Y ese vai-vén me pone loco. La toco de nuevo y la hago bailar con más pasión, con un poquito más de color. Y se adelanta un poco la hoja como si fuera ese escarabajo y saca una de sus puntas al sol, dejando el resto de su cuerpo a la sombra. Y con su vai-vén, que me tiene como loco, hace brillar el sol en un tren de colores distintos: verde, amarillo y rojo. Verde, por un pasado en que esa hoja tenía vida, sabia savia, brillo, colores, frescura, olor, humedad y armonía. Amarillo, por su luz que brilla y resalta su vida entera, las lluvias, los olores, los bailes colgando de un péndulo, de un todo, de Uno, de un recuerdo. Y Rojo, por la sangre, la pasión de haber vivido y morir en el asfalto; la envidia, la amargura, la venganza renegada y desfavorecida de una hoja caída que no puede levantarse y le da bronca. Y la vuelvo a tocar, despacito. Porque sólo despacito ella baila a su ritmo y yo sólo le doy unas vueltas.

La quiero mirar más de cerca. Sentirla bailar bajo mis ojos como bailándole a la luna, sin vueltas... ¡ma´ qué! ¡con muchas volteretas! Un pasito despacito y mi cabeza se sume en la completa sombra de un auto bajo el sol matinal de esta tarde de abril. Me quedo quieto esperando que se transforme algo en mi cuerpo para poder ver desde las sombras más que desde el cielo. 


Doy un paso firme y me interno en la oscuridad. Como un pensador a la sombra de un árbol, mis mejores ideas vienen cuando estoy bajo un auto. Y me quedo allí pensando. Pensando que la hoja era sólo un pretexto para alejarme del ruido, la luz, los pasos, el llanto. La vida que afuera se escuchaba y ensordecía, desde acá es apenas un recuerdo de hace un montón de años. 

¡Pero qué linda es la sombra de este auto! Y las hojas me bailan paganas al lado, celebrando. Me doy vuelta, panza arriba. Y yo también disfruto y celebro con ellas. El frescor que renace en esa sombra me pone pleno. Y me olvido que soy un animal, y me creo que soy un mundano, un viajante, algún ser celestiano, un rito pagano. Soy el fuego. Soy el Sol. Soy las llamas y a la vez nada más que un gato, que se levanta de su siesta y sale a pasear un rato.


Noche5Azul
16 de octubre de 2008
https://formazioncreativas.blogspot.com/2008/10/esa-hoja-y-este-mundo-inhumano.html


miércoles, 4 de marzo de 2020

Primer día de clases

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Era el primer día de clases y no había quién no esté lleno de esperanzas, de ansiedad y de preguntas. Desde los pequeños que iniciaban su primer grado, hasta la mismísima directora, ese día amanecieron antes que el sol. Se vistieron rapidísimo y se encaminaron hacia la escuela n° 18 del barrio de Barracas.

En sus rostros no se asomaba ningún rastro de alegría, sino de temor y expectativa por lo que irían a encontrarse. Habían buscado las respuestas durante todo el verano, sin resultado alguno. Es que el comienzo de clases significaba para todos ellos el final de una historia que había comenzado a mediados de octubre del año anterior, con el sensación de presenciar el último capítulo de una telenovela.

Fue al regresar de un fin de semana largo, cuando una de las maestras de quinto grado se notaba más pálida y taciturna de lo habitual. Nunca había sido una persona que irradiara alegría a su paso, pero el cambio fue tan radical que hasta padres de otros grados consultaron a la escuela si estaba de duelo o tenía alguna enfermedad que explicara el motivo por el que parecía tan consumida por la vida.

Pasaron los días y Natalia seguía empeorando. Sus compañeros, superado el primer vestigio de respeto por la "intimidad ajena" que hace sentir que cualquier duda sobre la vida de otro es un atropello a su intimidad, le preguntaron qué problema la aquejaba. ¿Deudas? ¿Amor? ¿Cáncer? Ella sólo respondía que todo estaba bien, que no había de qué preocuparse.

Había pasado un mes cuando llegó una mañana con los ojos amoratados. Hubo quienes dijeron que su marido la golpeaba, pero lo desestimaron ya que la señora era viuda. Otros creyeron que había empezado a entrenar boxeo, aunque a esa altura su estado físico era deplorable. Finalmente, se contentaron con verla andar por los pasillos abrazada a una carpeta, con la mirada nerviosa y alerta, y una actitud esquivaba ante cualquier tipo de comunicación con sus compañeros de equipo.

Deambuló así por la escuela durante una semana hasta que se tomó licencia por cuestiones personales y prometió volver el primer día de clases del año próximo.

Nadie supo nada de ella durante el verano, y el regreso a las aulas significaba la resolución de una espera, de una incertidumbre que se había incrementado en supuestos mitos y leyendas urbanas.

Aglomerados en la entrada, levantaban la cabeza uno a uno para encontrarla. Nadie la vio. Llegaron al patio y los murmullos crecían junto a las miradas inquietas en busca de un final para la película que se habían hecho.

La directora enchufó el micrófono, tosió, pidió silencio y esperó. Finalmente, cuando todos la miraban y esperaban una respuesta, simplemente dijo: - No sé.
Padres, alumnos y colegas comprendieron de qué estaba hablando, no hacía falta aclarar. Era la complicidad con la que se había unido la comunidad educativa.

Cuando estaban por entrar a las aulas, la vieron venir. Aún retrasada, caminaba sin prisa. Su pelo largo brillaba tanto como sus ojos oscuros. Vestía una solera rojo sangre y tacos aguja. Estaba radiante. No hubo quien no respirara atónito y aliviado. Un simple caso de estrés curado de forma definitiva por las maravillas del descanso y el verano.

La maestra fue el alma de la escuela, todos la abrazaban. La habían extrañado. ¡Cuánto amor recibió esa muchacha!

Subió con los niños siguiéndola hasta el aula, cerró la puerta y todos escucharon los aplausos y gritos de júbilo que le dedicaban junto a las preguntas atolondradas sobre qué había sido de ella. Hasta se oía su dulce risa de fondo, como antes.

Cinco minutos antes del primer recreo, dos hombres corpulentos se presentaron en la secretaría. Pedían hablar con la directora del establecimiento. Vestían chaquetas de cuero y jeans.

- Sí, ¿los señores deseaban hablar conmigo? ¿En qué les puedo ayudar?
- ¿Trabajó aquí la señorita Pereyra? - le preguntaron, luego de mostrar su placa.
- Claro, es la maestra de quinto grado C. Hoy volvió de su licencia.
- Señora, lamentamos informarle que la señorita Natalia Pereyra se suicidó hace aproximadamente un mes en su departamento. – formuló de forma mecánica el inspector -Es por eso que estamos aquí. Estamos buscando una...

Le temblaban las piernas, era evidente que había un error. Había estado con ella minutos antes. A mitad de la mañana había interrumpido la clase para asegurarse de que todo estaba bien. Algo le decía que la repentina mejora de su inminente desaliño y regreso abrupto de la locura, no encajaba con las piezas de lo esperable. Durante las vacaciones, la había soñado en un charco de sangre, flotando boca abajo en el agua podrida a las orillas de un puente, en la bañera desangrada, a ella y sus grandes ojos hundidos y amoratados que se habían hinchado por el estrangulamiento o el ahogo o el propio y mismísimo toque de la Parca. La había soñado hasta de día, con los ojos bien abiertos.

- Vengan conmigo, creo que hay un error.

Subió las escaleras agarrada de la baranda como si las estuviera escalando. Sentía que su espíritu quedaba en la planta baja y sólo ascendía su cuerpo, que aunque vacío pesaba más de lo habitual.

Los hombres habían hablado de una investigación sobre una carpeta desaparecida que contenía información de una logia. ¿Había leído bien las siglas del FBI en las placas que le habían mostrado? ¿Había soñado también con subir las escaleras, abrir la puerta del aula de quinto grado y ver muerta a la Natalia?

Llegaron al cartel hecho en cartulina que tapaba la única ventana. “Bienvenido 5° grado”. Desde afuera se sentía el silencio y un frío los abrazó desde atrás. Ni siquiera tocó, como era su costumbre. A medida que empujaba lentamente la puerta, fue viendo cara tras cara a los pálidos alumnos que con la boca abierta miraban atónitos el pizarrón. Cuando la puerta se abrió por completo, sintió a sus espaldas el golpe que hizo uno de los agentes al caer desmayado. El vestido rojo, en el suelo. No había rastros de la maestra.

Volteó a mirar a los niños y divisó claramente dos incisiones en cada uno de sus jóvenes y tiernos cuellos. Natalia, la maestra de quinto grado C, había terminado de dar su lección.

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