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¿Por qué oBscuro?

Su origen es del latin obscūrus, su significado es "lo que carece de luz". La RAE la considera sinónimo de "oscuro", y recomienda usar la forma más simple, entre ellas dos.
Pero la obscuridad humana, lleva una B en el medio. Es compleja, innecesaria, desmedidamente bella, suburbio de lo social. Y es momento de mostrarlo, crudo... así como vino al mundo.

domingo, 23 de junio de 2024

Sobre la responsabilidad del autor para con las consecuencias de la lectura, desde algunos breves ejemplos.

 

 “Ya se habrá imaginado el lector la terrible ola de miedo que azotó la ciudad más grande del mundo al amanecer del lunes (…)”. Así empieza Herbert George Wells el capítulo 16 de su novela La guerra de los mundos (1898). Y así, en este intento continuo e imposible de representar lo real, apela de forma directa al lector. Lo convoca, le habla directamente. Emplea este recurso (tantas veces se utilizado) para comprometer al que está del otro lado de la obra: el lector.

Entre este y la obra literaria existe un defasaje temporal. El receptor del mensaje en forma de letras que supone un libro llega meses, años y hasta siglos más tarde a abordarlo desde la mirada atenta que corresponde a una lectura. El recurso de apelar directamente al lector busca acortar esta distancia, aunque su objetivo primero sea el de darle a la historia un carácter verídico. Y cae así en la contradicción. Ya que al nombrarlo lo saca de la ilusión y lo posiciona por fuera de la construcción narrativa. El autor es quien toma la decisión de construir un narrador activo que busca entablar un diálogo con el lector.

El hecho de que este recurso sea negado en la escritura contemporánea o cuestionado por teóricos y anulado por completo en los talleres de escritura, es porque hay otras formas de hacer un llamamiento a la sensibilidad de los lectores, en los que podríamos incluir la humanización de personajes, escenas y tramas, el uso poco explorado del narrador en segunda persona, entre otros. El abanico literario está abierto y puesto en oferta. ¿Quién tiene acceso a alguna de sus varillas, quién al país o a la tela y quién a la boleta? No sólo es pensar en el acceso que se tiene a la lectura y al estudio de los textos literarios, sino también quién puede escribir y publicar, y qué bagaje de recursos tienen quienes lo logran. Recursos del “más acá de la Literatura”[1] (la lengua) con una pizca de “casi más allá” (el estilo) que pueden hacer un llamamiento del aquí y el ahora del lector, así como también de su historia y su proyección futura. Hacerle trampa a la lengua buscando el punto de intersección adecuado entre la lengua y el estilo para hacer de una historia de ciencia ficción lo más real posible.

De todas formas, no podemos descontar la lectura trascendental tal como la entiende Derrida, como algo inherente al lector, independiente del texto. La literalidad de un texto la hace el lector en la medida en que busca más allá de su significante y traza un intertexto de esa obra con otras ya leídas, con su subjetividad, con datos pasados, presentes, atravesando esa anacronía que lo distancia con el objeto leído.

Cuarenta años más tarde de la publicación de la obra de H.G. Wells, fue adaptada al formato radial por Orson Welles y transmitida junto a su compañía Mercury Theatre durante el programa On Air. El 30 de octubre de 1938, a las 20hs, se interrumpió la transmisión de un programa de baile de la BBC para dar la retransmisión de “La Guerra de los Mundos”, versión radiofónica guionada. Pese a los tres o cuatro bloques donde se explicaba el carácter de dramatización de la novela, aún perdura en la memoria popular la repercusión que tuvo esta “primera fake-news”. Con los 12 millones de oyentes que tenía el programa, se presupone una exageración el catalogar esta transmisión como una leyenda, ya que fue bajo el porcentaje de personas que creyó en una supuesta invasión marciana. Sin embargo, el hecho de que los lugareños de Grover´s Mill (escenario donde se desarrolla la ficción de Wells) le dispararan al tanque de agua de su ciudad creyendo que se había transformado en una “máquina de guerra marciana gigante”; que las líneas del servicio de emergencias se encontraran saturadas a fin de corroborar la noticia; así como la indemnización que tuvo que pagar el propio Welles, que constaba de un par de zapatos nuevos, ya que el propietario los había vendido para poder pagar un billete de tren y huir de la invasión alienígena; sirven de fundamento para comprender por qué, al día siguiente, los periódicos sacaron en primera plana titulares como “Falso boletín de guerra difunde el terror por todo el país” u “Obra radiofónica aterroriza a la nación”[2].

Definitivamente, no podemos sacarle crédito a la obra de Welles. Para la época, los efectos sonoros, los disparos y gritos que se escucharon, prestaban a la confusión. Y, si bien el periodismo de entonces –no debemos olvidar que, en los medios de difusión, la radio fue el primer mass media-, convocaba de forma permanente al oyente, al lector auditivo, mediante su reiterado “señoras y señores” o su “estimados oyentes”; fue la introducción de los recursos radiales cotidianos los que hicieron que esta equivocación se completara. El programa de música interrumpido, las entrevistas a especialistas, los reporteros cubriendo la escena e interrogando a los lugareños, entre otros; fueron recursos superiores para hacer de la dramatización una textualidad narrativa auténtica, real y efectiva; en palabras de Roland Barthes, hizo coincidir el orden pluridimensional (lo real) con un orden unidimensional (el lenguaje).

Pero además de talento, Welles tenía al alcance de su mano un recurso de poder, la radio, como mecanismo de intercambio social, como catalizador de ideas y silencios, como productor de tendencias. A palabras de Barthes, transmisor de discursos de poder. Hizo use y acuse de esta herramienta, y puso sobre la mesa la mella cultural que sufría la sociedad de los EEUU post depresión: la mayor parte de la audiencia desconocía ese clásico icónico de la ciencia ficción. El autor se compromete con el mensaje de su obra, tiene una finalidad: descubrir, desnudar, denunciar. En este caso, el analfabetismo literario; en la novela de Wells, la soberbia antropocentrista de la sociedad científica inglesa de fines del siglo XIX.

¿Cuántos de quienes tienen el acceso a estas herramientas de poder mass-media son responsables de las consecuencias que generan sus discursos, de la construcción de realidad que operan? Hoy, los mayores autores de contenido son los periodista de los medios hegemónicos. Son los medios de comunicación masivos los que reemplazan horas y horas de lectura de ficción. El consumo de los medios audiovisuales está en su apogeo y los siete canales exclusivos de noticias lo demuestran. La demanda es consumir realidad interpretada por otros. Cada programa tiene su propio espacio editorial (antes exclusivos de los periódicos) con el periodista estrella del momento. Por fuera de este espacio, ¿las noticias se dan de forma objetiva? ¿Es un relato de hechos o entrevistas sin opinión? Lo que se cuela en los discursos televisivos, ¿son opiniones personales o pensamientos guionados que representan intereses mayores? ¿Qué responsabilidad tienen los periodistas, productores, los que ponen plata. Sobre las consecuencias que pudieran generar en la masa de televidentes?

Hablar de responsabilidad nos lleva invariablemente a estar comprometidos. La corriente de literatura social y comprometida que surge después de 1945, son los llamados “escritores comprometidos”. Este movimiento, en las manifestaciones que tuvo tanto en Alemania, en Rusia y en Latinoamérica, dieron como resultado obras magistrales como “La madre”, de Maxim Gorki o “Cien Años de soledad”, de Gabriel García Márquez. Y se les puede llamar comprometidas no porque tengan una función crítica, tanto Derrida como otros autores coinciden en la incongruencia de que la literatura tenga una función per sé, sino porque desde la ignorancia de sólo crear ficción le dieron un derechazo a la cultura de la época. Aún si la búsqueda de estos dos autores que tomamos como ejemplo, hubiese sido la de ir contra el sistema, de promulgarse en contra de él, las consecuencias de su obra los superó. En Rusia, el curso de la historia siguió pese al mensaje que intentaba transmitir; así como en América Latina, desde la publicación de “Cien Años de Soledad” hasta el día de hoy (y seguramente muchos años más tarde) haya generaciones y generaciones que viven en la pobreza extrema, en algún lugar que no está marcado en los mapas y donde los abusos del progreso devastarán sus vidas como lo hicieron con los Buendía.

Entonces, ¿de qué hablamos cuando nos referimos a la responsabilidad en cualquier medio de expresión? Específicamente en la literatura, si la entendemos como una de las tantas textualidades en que se manifiestan los discursos. Si el autor queda escindido de la obra, así como si la literatura no tiene necesariamente una función crítica y la lectura trascendental es una ruleta rusa de significaciones, lo único que nos queda por hacer es pedirle compromiso a los medios de comunicación hegemónicos. Aquellos que hacen una lectura de la realidad, instaurando discursos personalizados sin especificar a qué intereses representan, a través de qué lente estamos escuchando ser interpretada la realidad.

Querido lector, querido oyente, televidente, consumidor capitalista, más allá de pretender que nos hablen directamente; es menester, para su lectura consciente, saber quién es el emisor del mensaje.

 

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