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¿Por qué oBscuro?

Su origen es del latin obscūrus, su significado es "lo que carece de luz". La RAE la considera sinónimo de "oscuro", y recomienda usar la forma más simple, entre ellas dos.
Pero la obscuridad humana, lleva una B en el medio. Es compleja, innecesaria, desmedidamente bella, suburbio de lo social. Y es momento de mostrarlo, crudo... así como vino al mundo.

domingo, 23 de junio de 2024

De lo personal a lo institucional y viceversa: un acercamiento histórico-social al término literatura feminista.

 

En los últimos años, el término literatura feminista se escucha cada vez más. A pesar de que su existencia o su especificidad llega a ser controversial, es llamativo que en realidad donde más aparece es en los catálogos editoriales y en los estantes de librerías, donde se agrupan bajo una necesidad del mercado, libros que tocan temáticas feministas, así como libros de ficción de autoras feministas o, en algunas confusiones, pueden formar parte de este grupo obras simplemente por el hecho de que sus autoras o sus personajes sean de sexo femenino.

La propuesta es desarticular este binomio para analizar lo adjetivado del asunto e intentar comprender mejor de qué se trata y si el término es válido y correcto o si se debería desglosar, o suplir por otro. Así como también retomar la discusión sobre “lo personal es político” haciendo un recorrido entre lo institucional y lo popular en relación con lo público y lo personal (íntimo o doméstico).

 

¿De qué hablamos cuando decimos feminismo?

En una sociedad con pluralidad de voces y vorágines interpretativas, explicar qué entendemos por feminista sería enredarnos para finalmente no ser totalmente fieles a la verdad. Por eso, intentaré abordar el tema desde la etimología de la palabra feminismo.

Para dar cuenta de lo inextricable de la cuestión podemos empezar por la definición que le otorga la Real Academia Española (RAE), que tiene como misión principal “velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico” (Real Academia Española, s.f.)[1]. Según la RAE, feminista es quien promulga el feminismo. Veamos entonces cuál es el significado que le asigna a este término:

“Doctrina y movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres.”

A pesar de que el primer movimiento de liberación femenina del que tenemos conocimiento es el pedido de una iglesia para mujeres que planteó Guillermine de Bohemia a fines del siglo XIII, la aparición de este término data del SXIX. El primero en utilizarlo fue el francés Alexandre Dumas, en el año 1872, cuando publica El hombre-mujer y convoca a aquellas mujeres que pedían igualdad de educación y derechos entre ambos géneros. Aunque este neologismo tuvo una connotación negativa, fue diez años más tarde que la periodista Hubertine Auclert se reivindicó feminista como quien lucha por mejorar la situación de las mujeres y, al apropiárselo, lo resignificó. También, en su lucha por el sufragio femenino, reclamó el uso en femenino de las palabras del ámbito electoral. (Gamba, 2008)

Actualmente se habla de la cuarta ola feminista como una postura de crítica, de revisión histórica de las falacias que le dejó el posmodernismo tanto a la palabra como al movimiento feminista (Brenner y Fraser, 2017). Al día de hoy siguen fluctuando discursos misóginos, puristas, homofóbicos o patriarcales, tanto en el ámbito institucional como en el público. Y, aunque el feminismo no es exclusivo de las mujeres ni sólo a favor de ellas (recordemos a Marcuser como uno de los referentes teóricos del movimiento), hoy el imaginario popular latinoamericano, luego de ser atravesado por la Marea verde, el movimiento Ni una menos, la consigna de “Vivas nos queremos”, el apoyo y las repercusiones que suscitaron los hashtags #Yosítecreo y #NoesNo (sumados a la realidad de femicidios cotidianos que nos llegan a través de los medios de comunicación hegemónicos y la cotidianeidad de abusos y atropellos institucionales, públicos y domésticos hacia los derechos de la mujer) sigue sosteniendo prácticas y tradiciones burocráticas patriarcales. (Gamba, 2008)

 

Lo personal es político: el ámbito público y el institucional

Recientemente, la artista Evelina Sanzo interpretó el Himno Nacional Argentino solicitado por la gobernación de Santa Fe (JPE, 2021), (Vitantonio, 2021). En su versión, la artista se tomó una “licencia poética” (como dice ella misma) para visibilizar la situación de terror que vivimos las mujeres modificando apenas dos frases de nuestro emblema nacional: “...y las libres del mundo responden... ...y las libres del mundo responden...” (en la tercera repetición) y el final donde cambió “morir” por “vivir”. Lo que invariablemente nos recuerda el diálogo sobre el tema eje[2] del libro Quién le canta al estado-nación (Butler, 2009), donde se toman como ejemplo los métodos piqueteros que surgieron a partir del 2001 en nuestro país para retratar la contradicción que pueden tener las formas de protestas con las consignas y sobre-todo con las demandas. En comparación Sanzo, en pós de lo que el Estado no puede asistir, altera un emblema nacional que representa dicha institución y denuncia esta falencia a través de él. ¿Feminismo popular o institucional? Ambas se hacen necesarias para un cambio social, y van a destiempo.

El 30 de diciembre del año pasado, en plena pandemia de Covid-19 y después de décadas de lucha, se promulgó la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (Ley N° 27.610, Argentina). Miles de mujeres, de diversas franjas etarias, celebramos dentro y fuera del Congreso, así como también en los barrios, calles y plazas, y nuestras propias casas. Otras tantas, se indignaron. Sin embargo, al tratarse de la primera medida de política de salud pública que respeta y valida la decisión de la mujer sobre su propio cuerpo, no deja de ser un avance popular. Esto no quiere decir que deje de haber opresión, ni siquiera hace temblar al patriarcado que decide sobre los destinos, embarazos, cuerpos y vidas de mujeres y disidentes de la Argentina. Pero nos da el aval legalista para denunciarlo, nos habla de un triunfo de las protestas, nos atraviesa como sociedad que se dirige hacia una igualdad cada vez mayor, nos proyecta a seguir con las demandas de la larga lista que tienen los movimientos feministas. El movimiento antes citado Ni una menos (y otres), van ahora por un estado con perspectiva de género que incluya políticas públicas para garantizar la erradicación o al menos la disminución de los feminicidios (incluyendo también homicidios y agresiones por odio de género).

 

Autoras atravesadas por la historicidad del feminismo

Aunque el recorrido histórico anterior pareciera pura decoración, al hablar de literatura feminista invariablemente tendremos que contextualizar la creación de la obra para entender en qué momento histórico de la lucha y el alcance social de estas ideas se tocan dentro de la trama.

La literatura feminista está íntimamente ligada a la historia política-social del feminismo, así como también es imposible dejar de lado la transculturalidad (Rama, 2008) que se da en la progresiva toma de consciencia y en los parámetros culturales que hay entre las autoras americanas, las del norte y las latinas, como vamos a ver más adelante.

En Chile, tanto Marcela Serrano como Isabell Allende fueron consideradas en los ’90 como autoras feministas. Ellas mismas se autoproclamaron públicamente. Tomemos el caso de Nosotras que nos queremos tanto (Serrano, 1991), una novela contada en primera persona que nos relata, a partir del encuentro de cuatro amigas reunidas un fin de semana, sus vidas y recuerdos. En la trama no aparece el tema del aborto pero sí el de la maternidad, ligado íntimamente a la Ley del Aborto a través de una de las consignas forjadas en el apoyo y la presión sostenida durante años para que se hiciera ley: la maternidad será deseada, o no será.

“(…) No viven juntos. Ignacio tiene su propio departamento, no muy lejos de ella. Se visitan. Ella jura que no volverá a vivir con un hombre. A él le es indiferente mientras la tenga cerca.

—¿Y si algún día tenemos un hijo? ¿Vivirá contigo o conmigo?

Ésta fue la conversación el día que María firmó los papeles para el nuevo departamento.

—No, no hables de eso. Estamos bien así.

—El tema no es eterno, mi amor. ¿Cuánto te falta para los cuarenta?

—¿Y cuándo bajarás la cortina y dejarás de coquetear con la idea de que “aún puedes”?

—Hasta que aún pueda. (…)”[3]

En el conjunto de la historia, el personaje de María es la más rebelde. Retratada como una mujer que quiere vivir su sexualidad al máximo pero que termina sucumbiendo al amor heteronormativo y lucha por no entregarse por completo a la familia que el sistema le demanda.

En el fragmento citado más arriba, así como en varios pasajes de la novela hay una puja entre feminismo y un patriarcado tan naturalizado como en el hecho de que Ignacio le remarque su reloj biológico por no querer tener hijos. Leyéndolos desde la perspectiva de la cuarta ola, no podríamos ubicar a este libro en una literatura feminista. Sin embargo, utiliza una receta interesante: plantea la temática, la embadurna de realismo con el cliché que representa el diálogo de Ignacio, y lo somete a crítica del lector. Busca incomodar una sociedad donde el feminismo estaba dormido: la tercer ola.

 

Nacida de la opresión: realismo y ficción en la literatura feminista

Una de los hechos más simbólicos de esta época, luego de la primer y segunda ola con la conquista de derechos sufragistas y laborales respectivamente, fue el caso de Anita Hill[4] en EEUU (Tomé, 2019). Ante el trato humillante y la injusticia del veredicto (hoy el acusado sigue siendo Juez Supremo), un grupo grande de la sociedad se solidarizó con la causa y la idea sobre el acoso laboral se visibilizó. Ese mismo año, las denuncias por acoso sexual, dentro y fuera del ámbito laboral, aumentaron un 85%. La posibilidad de darle voz a lo ocurrido, aunque se gane la censura de un sistema opresor, hizo que se instaure el término y se problematice. El lenguaje tiene la fuerza de poder arremeter contra un poder hegémonico como es el aparato de justicia de una de las mayores potencias del capitalismo como es EEUU, en este caso; y a la vez, aunque logre desarticularlo, se transforma a así mismo, se empodera y se convierte en un elemento más de censura (Barthes, 1977). Tanto es así que hace tres años Biden, en aquel momento preparando su candidatura a presidente de los EEUU y habiendo sido partícipe del proceso judicial y el trato vergonzoso que se le dio a Anita, se comunicó con ella para pedirle disculpas por lo sucedido en un intento de subsanar esta mancha en su registro y anticiparse a futuras inquisiciones mediáticas (Navarro, 2019). Veía en ella un elemento amenazante, al igual que lo hicieron muchos otros políticos y hombres en posiciones jerárquicas de diversas profesiones.

Invariablemente, la semejanza con la Ley Micaela (Ministerio de las Mujeres, 2019), aquí en Argentina, producto de la lucha feminista y de la familia de la víctima de femicidio, Micaela García[5] (ELA - Equipo Latinoamericano de justicia y género, 2019), es clara. Los medios de comunicación centraron su discurso en la ineficiencia de los trabajadores judiciales y estatales y liberaron del yugo crítico a la víctima, como es común. En vez de hablar de la hora en la que caminaba sola por la calle o la ropa que llevaba se enfocaron en que el femicida tenía tres causas por violación y había sido puesto en libertad condicional por el juez Rossi, quien a un año de la muerte de Micaela se lo citó a un jury y fue absuelto. Pero fue la primera vez que se le hacía un jury a un magistrado por causas de género. Las repercusiones y avances que tiene hoy la Ley Micaela en el ámbito público es mayor que lo que significó en lo institucional, ya que no se trata solamente de accionar un cambio en el ámbito laboral sino también de tomar consciencia sobre a quién sirve el Estado.

Una de las obras más emblemáticas del SXIX, anterior a los casos mencionados más arriba, es El cuento de la criada (Atwood, El cuento de la criada, 2003), de Margaret Atwood, publicada en el año 1985. También narrada en primera persona, ya que su trama es la supuesta transcripción de 85 cassettes hallados en una caja de zapatos donde una mujer relata los abusos sufridos por un régimen totalitario y religioso fundamentalista erigido en una Canadá alternativa. Los temas sobre los que rondan son heterogéneos, pero la supuesta situación apocalíptica que supone para la humanidad la baja de la tasa de natalidad es el núcleo central de la obra. Y si bien su carácter ficcional es claro, la denuncia por debajo de la historia es sustancial: el cuerpo de la mujer, su lugar en la sociedad, sus derechos y libertad está totalmente supeditada a la decisión de los hombres o a ciertas mujeres selectas. Lo que es patente es que todos, indiferentemente del género, son afectados por estas decisiones. En el 2017, cuando fue adaptada por la megaproductora Netflix, fue bien recibida no sólo por la crítica sino también por el público en general ya que la obra nos volvía a encontrar ya atravesados como sociedad por un recorrido histórico, político y social como las que representan los dos casos antes expuestos. “Lo personal es político”, ya estaba instaurado.

Hoy, Atwood es considerada una “mala feminista”[6], ella misma tituló su artículo con este interrogante a modo de respuesta a las críticas (Atwood, Am I a bad feminist?, 2018)[7]. En él, la autora explica la importancia de la transparencia del sistema judicial y compara lo sucedido con Galloway con los procesos inquisitoriales que se aplicaron durante la Edad Media en Salem. Pero el punto más importante es cuando cuestiona las mismas críticas de los movimientos feministas, argumentando en su derecho como mujer de decidir. Lo personal, lo público y lo institucional se encuentran en pugna.

La misma autora y productora del film traducido como Fóllame (Despentes,1994), prohibido o censurado en varios países por su contenido explícito y el supuesto mensaje que dejaba a la sociedad, publica en 2007 el libro La Teoría de King Kong (Despentes, 2007) donde problematiza el abuso sexual al que estamos expuestas las mujeres y golpea duramente las instituciones que lo sostienen en el tiempo, desde el Estado como también las intelectuales, que en esta distopía abordan la temática con inconsciencia.

 

¿Podemos hablar del género literatura feminista?

¿La literatura feminista debe estar escrita exclusivamente por mujeres? ¿Una autora feminista está obligada a escribir literatura feminista? ¿Una feminista puede escribir sobre otra cosa? ¿La literatura feminista puede tener protagonistas de género random? ¿Es la literatura feminista aquella destinada a lectores con ciertas ideas o con ciertas inquietudes?

El origen del feminismo nace contra la opresión cuando la mujer sale del ámbito doméstico y se la incluye en el ámbito público. En este momento, estamos viviendo un proceso de institucionalización buscando legitimación y visibilidad de las demandas. Gana territorio válido y deja a la vista llagas que incomodan a la sociedad entera, incluso dentro del mismo movimiento. Esto puede leerse como una forma de pautar con el Estado, de calmar las aguas y disipar la furia que la injusticia genera, así como también aplaza cambios más radicales (Fraser, 2019). Sin embargo, el campo popular no se detiene a la espera de que el lenguaje lo cristalice. Lo nombrado, emerge. Pero lo que se calla, no deja de existir.

La literatura está inmersa en la sociedad antes de ser obra, el lenguaje es la forma en que el individuo social expresa su mundo íntimo y lo socializa. Es imposible pensar que la interpretación de una obra puede ser de forma pasiva o lineal cuando cada oyente, al valorizar un discurso, se hace hablante (Bajtin, 1982). Las lecturas de este tipo de literatura son infinitas en tanto infinitos son los lectores: es decir, no existe el lector ideal. Pero no descartemos que esta denominación sea pensada para lucrar en un mercado que hace una lectura de la sociedad y el creciente interés en este tipo de temáticas.

Recientemente, el libro Game Boy (Parkas, 2019) toma la Teoría King Kong y la transforma para darle luz al “hombre feminista”. En Argentina, desde 2018, los encuentros de nuevas masculinidades se abren en espacios de lucha. El debate entorno al lenguaje inclusivo y la lectura desde una perspectiva de género, así como la vuelta al mundo que dio la canción Sin miedo (Vivir Quintana, 2019) como himno feminista y en homenaje a las víctimas de feminicidios, la lucha por la implementación de la ESI en el ámbito educativo (entre otros), nos traduce necesidades sociales.

Aunque los libros tratados en este escrito son de autoras femeninas, y tienen una temática similar (la de retratar los abusos que sufren las mujeres por un sistema patriarcal), no podrían considerarse un género discursivo autónomo. Ambos parten de la necesidad de poner en palabras situaciones ficcionales que bien podrían suceder en la realidad o que la misma cotidianeidad les hace gritar mientras las atraviesan, sea literatura ficcional o no-ficcional. Pasa lo mismo con Vikinga Bonsai (Ojeda, 2019), la primera obra de la autora Ana Ojeda. Es una comedia-dramática que hace el uso estilístico del lenguaje inclusivo y el lunfardo para relatar situaciones disparadas que le suceden a un grupo mujeres y disidentes. La autora y los personajes son femeninos, aunque la trama se aparte del drama del acoso.

Entonces, considerando que aquellos libros que tengan por temática el sopor que sufren las mujeres pertenece a este rubro literario (para no llamarlo género), Madame Bovary (Flauver, 1856) podría ser considerada una obra feminista. ¿No lo es? ¿No es Emma uno de los personajes más elocuentes y contestatarios que sufre por cumplir con los mandatos sociales que implican el ser mujer? O por acaso, ¿no es también Emma quien sufre la dolencia femenina (supongamos) de incurrir en la búsqueda del amor ideal que sólo puede aparecer en la ficción? Sin duda, parece cumplir con el supuesto requisito: obra que tenga como personaje una mujer que sufra el acoso del sistema patriarcal.

La mayoría de los libros considerados como literatura feminista cumplen con ese mismo canon, a pesar de que lo popular emerge y puja contra lo institucional por salir: los movimientos LGTBQI+, las nuevas masculinidades, el lenguaje inclusivo y el no binario, el feminismo ético, etc.

Conclusiones y perspectivas

Nos queda entonces repensar no sólo el término que engloba a las obras que la categoría de literatura feminista abarca, sino también qué tipo de literatura feminista queremos. Los hechos históricos mencionados y tantos otros que quedaron por fuera de este texto, dan cuenta de la internacionalización del dolor que nos hermana a las mujeres en el mundo. Somos parte de la sociedad y ésta tiene que tomar cuenta de ello. El sistema actual queda obsoleto y la literatura tiene que dar cuenta de ello.

Cuando pensamos en una literatura feminista no queremos sólo encontrar denuncias, sino también realidad que refleje la incompletud del mismo sujeto al que representa. Ser feminista es un proceso complejo que incluye contradicciones, decisiones y pensamientos tanto individuales como colectivos. Es ahí donde esta literatura puede ser un enunciado pensado a un destinatario. No quiere decir que debamos escribir pensando en quién nos lea, sino dar por sentado que al leer lo que escribimos podemos recorrer la intimidad del otro y hacer emprender un viaje.

Es fundamental, en el contexto de la cuarta ola feminista post-hegemónica, seguir construyendo literatura de género, hacer arte desde esta perspectiva es hacer uso del lenguaje para exponer lo real en nuestra sociedad, lo imperfecto. Del mismo modo, no dejo de abrigar esperanzas en que cada vez haya mayor libertad en la toma de decisiones para las mujeres y disidentes, incluso en escribir literatura.


 

 

Bibliografía

Atwood, M. (2003). El cuento de la criada. México: Octaedro.

Atwood, M. (18 de Enero de 2018). Am I a bad feminist? The Globe and Mail, págs. https://www.theglobeandmail.com/opinion/am-i-a-bad-feminist/article37591823/.

Bajtin, M. (1982). Estética de la creación verbal. Siglo veintiuno editores.

Butler, S. y. (2009). ¿Quién le canta al estado-nación? Lenguaje, política, pertenencia. Paidós.

Despentes, V. (2007). Teoría King Kong. España: Melusina.

ELA - Equipo Latinoamericano de justicia y género. (2019). Obtenido de http://www.ela.org.ar/a2/index.cfm?muestra&codcontenido=2897&plcontampl=12&aplicacion=app187&cnl=4&opc=50

Fraser, N. (2019). ¡Contrahegemonía ya! Munro: Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Gamba, S. (2008). Mujeres en red. El periódico feminista. Obtenido de https://www.te.gob.mx/genero/media/pdf/de3d6e5ea68e124.pdf

JPE. (27 de Mayo de 2021). Cambió la letra del himno argentino con consignas feministas en un acto oficial: “Es una licencia poética”. Clarin, págs. https://www.clarin.com/sociedad/cambio-letra-himno-argentino-consignas-feministas-acto-oficial-licencia-poetica-_0_7SuchinUq.html.

Ministerio de las Mujeres, G. y. (2019). Ley Micaela. Obtenido de miArgentina: https://www.argentina.gob.ar/generos/ley-micaela

Navarro, B. (26 de Abril de 2019). El candidato Biden se disculpa con Anita Hill 28 años después. Obtenido de La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/internacional/20190426/461872430180/biden-disculpa-anita-hill-28-anos-despues.html

Parkas, V. (2019). Game Boy. España: Caballo de Troya.

Rama, A. (2008). Transculturación narrativa en América Latina - 2° edición. Buenos Aires: El Andariego.

Real Academia Española. (s.f.). Obtenido de https://www.rae.es/la-institucion

Serrano, M. (1991). Nosotras que nos queremos tanto. Buenos Aires: La Nación - Grupo Planeta.

Tomé, D. S. (8 de Marzo de 2019). El mar proceloso del feminismo: ¿En qué ola estamos? Obtenido de Economía Femini(s)ta: https://economiafeminita.com/en-que-ola-estamos/

Vitantonio, H. (01 de Junio de 2021). El Himno Nacional y los mediocres de siempre. Página 12, págs. https://www.pagina12.com.ar/345063-el-himno-nacional-y-los-mediocres-de-siempre.

 



[1] https://www.rae.es/la-institucion

[2] El libro se trata de un diálogo entre estas dos pensadoras en torno a la controversia generada ante la presentación de "Nuestro Himno", título de la versión española de "The Star-Spangled Banner" (el himno de EEUU) con modificaciones en defensa de los inmigrantes, interpretada por Gloria Trevi, Carlos Ponce y Olga Tañón (entre otros músicos) en representación a los migrantes latinos más allá de su legalidad. 28 de abril del 2006.

[3] Nosotras que nos queremos tanto, Marcela Serrano, 1991. Pág.178. Ed. Planeta.

[4] Anita Faye Hill es una profesora de la Universidad de Brandeis (WalthamMassachusetts), abogada y activista feminista. En el año 1991 acusó al candidato a juez de la Corte Suprema de los Estados UnidosClarence Thomas, de haberla acosado sexualmente mientras era su supervisor en la EEOC (Equal Employement Opportunity Commission) en la década de los 80. La utilización durante el juicio del concepto "acoso sexual" significó el dar a conocer y popularizar un término que desde mediados de los 70 surgió en los círculos del movimiento feminista radical. El trato que le dieron hizo que la experiencia fuera humillante para la mujer. Joe Biden, recientemente electo como presidente de los EEUU, era quien dirigió la audiencia.  

[5] Micaela García de 21 años fue violada y asesinada en Gualeguay (Abril, 2017) por un hombre a quien le fue concedida la libertad condicional. Los medios centraron la responsabilidad en el juez que liberó al femicida. Dos años más tarde, se promulga La Ley Micaela, que establece la capacitación obligatoria en género y violencia de género para todas las personas que se desempeñan en la función pública, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Nación.

[6] Margaret Atwood (Ottawa, 1939) es también activista cívica. Fue duramente criticada por haber firmado en una carta dirigida a la Universidad de la Columbia Británica en noviembre de 2016. En dicha misiva, un grupo de personalidades canadienses deploraba el proceder de las autoridades universitarias respecto a las acusaciones de agresión sexual contra Stephen Galloway, profesor del departamento de creación literaria. Los firmantes catalogaron la actuación de la universidad como injusta y poco transparente, evitando así la posibilidad de que el profesor se defendiera.

[7] https://www.theglobeandmail.com/opinion/am-i-a-bad-feminist/article37591823/

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